Seleccionar página
El Juguete Triste

El Juguete Triste

La tienda de juguetes en el mes de diciembre era como un mágico torbellino. Las estanterías estaban repletas de juguetes, dispuestos para ser recogidos por los mensajeros de Santa Claus y de los Reyes Magos. Yo sé bailar y cantar, decía una muñequita, a mí me escogerán la primera.- No, no, dijo un pequeño tren: mi locomotora echa humo de verdad y pita, seré yo el primero que escojan. Te equivocas, dijo un  ordenador, porque yo tendré un éxito increíble.

En un estante en lo alto los escuchaba un soldadito que había perdido su tambor en el camino desde la fábrica y estaba pensando: ¿Qué haré?: aquí arriba nadie me va a ver, estoy además sin el tambor y nadie me va a querer. Eso le ponía muy triste. Ya sé: ¡me escaparé, porque nadie me va a echar de menos!. Se bajó del estante y al abrir la puerta un niño, aprovechó para irse. Ya estaba fuera.

La calle estaba preciosa, llena de luces de colores y las puertas de las tiendas estaban adornadas de flores rojas, arbolitos de navidad, trineos… qué guay, todo espléndido, pensó. Pero ¿a dónde iré, si no conozco la ciudad?. Se fijó en unos niños y una anciana y los siguió, echó una carrerilla y se puso junto a ellos con cuidado de que no lo notasen. Llegaron a un centro comercial. Los niños sacaron de sus bolsillos unas cartas y las echaron en un buzón.

Como era tarde y no sabía dónde ir, el soldadito se echó junto a una gran caja de cartón y se quedó dormido.

Cuando despertó se subió adentro de la caja y vio que estaba llena de cartas. Casi sin darse cuenta se vio en medio de la caja rodeado de cartas por todas partes. Intentó salir y chillar pero unos hombres se llevaron la caja a un camión. Pronto se durmió de nuevo.

Lo despertaron sonidos de campanitas y risas. Se levantó y miró alrededor procurando pasar inadvertido. Su sorpresa fue enorme y tuvo que frotarse los ojos pues no podía creer lo que veía. Miró de nuevo y estaba…¡estaba en casa de Santa Claus!

¡No puedo creerlo, no puedo creerlo!, repetía mientras saltaba entre las cartas. Una señora de pelo blanco, la mujer de Papá Noel, llegó hasta la caja y se la llevó a una sala resplandeciente de luces de color, trineos rojos y figuras de renos. Había muchos juguetes con sus correspondientes cartas.

El pequeño soldado intentó escapar pero la señora lo tomó diciendo: ¿Quién habrá puesto este juguete entre los juguetes con carta? Puede que alguien lo haya traído para compartirlo junto con los otros juguetes.

-No, señora, dijo el soldadito, fui yo que me escapé de la tienda porque soy feo y he perdido el tambor; nadie querría llevarme a su casa.

No te preocupes, dijo la señora: aquí los geniecillos te pondrán un tambor con música y te convertiremos en el juguete más precioso de todos.

-¿En serio?

Claro que sí!, dijo la señora.

Me hace usted feliz de verdad, dijo el soldadito.

Y así termina la aventura de este pequeño soldado de madera.

FIN                         ©Mª Teresa Carretero                  

El Bosque de la Navidad

El Bosque de la Navidad

En el mes de diciembre el bosque se transformaba. Era un ir y venir de animales: pájaros, palomas, zorros, erizos, corzos, ardillas y hasta la serpiente Malamala quería participar. Todos trabajaban con un mismo objetivo.

Arturo, el fantasmita, dormía en el agujero de un árbol que había encontrado.

Un ruido insistente lo despertó. Era el pájaro carpintero que llamaba a la ardilla. TOC TOC TOC.

¡Qué impaciente eres, Nicolás!, dijo la ardilla Jacinta; sabes que siempre estoy preparada a tiempo, así que no hagas tanto ruido, que despertarás a todos los habitantes del bosque.

Eso quiero, respondió  el pájaro Nicolás: me manda el águila para que nos reunamos en el claro del bosque y nos repartamos las tareas…

Oye, Nicolás, dijo la ardilla Jacinta. ¿No estás un poco nervioso?

Sí, contestó el pájaro carpintero. Me encanta poder trabajar para los niños.

El fantasmita salió del agujero y, con muchísimo cuidado de no hacer ruido, los siguió.

Hacía frío, y pensó: Si me hubiera puesto el gorro y los calcetines, iría bien abrigadito.

Aaaatchís! El pájaro carpintero y la ardilla volvieron su cabeza al oír el ruido ¿qué es eso? Preguntaron. Alguien nos sigue. La ardilla añadió: bueno, yo no he visto a nadie, será el ruido de las hojas al moverse.

 El fantasmita rápidamente se había escondido tras unos arbustos para no ser reconocido.

¡Uf! Qué suerte he tenido: no me han visto. Y los siguió.

Conforme se acercaban al claro del bosque, se escuchaban más y más las risas y canciones de los animales.

 En el centro, el águila y el jabalí presidían la reunión.

¡Echa más leña al fuego, que hace frío, dijo el erizo. Y tres pájaros carpinteros dejaron caer de sus picos unas ramas que calentaron la fría noche.

Amigas y amigos, dijo el jabalí: ha pasado otro año y estamos de nuevo en diciembre.

¡Bien, bien, bien! Y todos rompieron a aplaudir Este es nuestro mes favorito. Desde que nuestros ta-ta-tatarabuelos comenzaron esta tradición, siempre la hemos mantenido.

El pájaro carpintero gritó: Y así será por siempre jamás. La ardilla añadió: Bien, Nicolás, bien dicho.

El fantasmita, escondido tras unos matorrales, no entendía lo que pasaba. ¿A qué bosque he ido a parar? ¡Qué cosas tan extrañas hacen estos animalillos! Siguió escuchándolos hasta que el sueño lo venció.

Cuando despertó, todo estaba en silencio. Los animalillos habían desaparecido. Se dirigió al agujero del árbol en que había estado durmiendo. A la entrada se detuvo, escuchó un ruido que provenía del interior. Con mucho cuidado asomó la cabeza.  Al fondo vio un pequeño animal que roncaba débilmente zzzzzzz.

Pensó despertarlo, pero el frío era muy intenso, y con cuidado se metió en el agujero. Se puso los calcetines, la bufanda y el gorro y se quedó dormido.

Al anochecer del día siguiente, Arturo se despertó, abrió los ojos y lanzó un grito que hizo salir en estampida a todos los pájaros del árbol. Arturo vio frente a sí unos ojos grandes, redondos, de color miel que lo miraban fijamente. ¿Quién eres?, preguntó Arturo.

Eso digo yo! Respondió el animalillo: ¿Qué haces en mi casa? Volvió a preguntar Arturo.

¿Tu casa? Respondió el animalillo, cuando llegué estaba vacía. ¿Qué dices?, dijo Arturo: estaban mi bufanda, mi gorro y mis calcetines. – Pero respóndeme primero ¿Quién eres?, insistió Arturo.

Soy una pequeña lechuza, dijo el animalillo. Vivo sola y busco un lugar para quedarme.

¿Y cómo te llamas?, preguntó Arturo. –Me llamo Cuquita, ¿y tú?, preguntó Cuquita.

Yo, Arturo; y soy un fantasma. ¿No te doy miedo? –No, yo no tengo miedo.

¡Qué valiente eres!, dijo Arturo. –No creas, dijo la lechuza: me da miedo no tener dónde dormir y estar sola.

Bueno, concluyó el fantasmita: pues como yo también estoy solo y aquí hay sitio para los dos, si quieres te puedes quedar. –¿De verdad?, preguntó Cuquita. Sí, de verdad.

Cuando era ya noche cerrada, los dos salieron a pasear. La lechuza fue a buscar comida, pues hacía más de un día que no había probado bocado. 

El fantasmita paseaba por el bosque y oyó hablar al águila, el jabalí y el cervatillo. Estaban de nuevo en el claro del bosque. Se detuvo a escuchar.

Este año, decía el jabalí, tenemos que corregir los errores del año pasado. ¿A qué te refieres?, preguntaron el  águila y el cervatillo. –Pues que se nos olvidó señalar una casa que hay en la espesura del bosque y el trineo pasó de largo. –¿Cómo pudo pasar una cosa así?, preguntaron el águila y el cervatillo.

-Este año hay que inspeccionar muy bien el bosque, los alrededores y los pueblos cercanos. Y señalar muy bien todos los caminos, añadió el jabalí.

Arturo escuchaba la conversación pero no entendía nada.

Después de cenar, la lechuza se acercó al fantasmita por detrás, le tocó la espalda con el ala y cuando Arturo se disponía a gritar, Cuquita le tapó la boca con sus alas. ¡Cuquita!, dijo Arturo, algo enfadado: con tanto susto, me pondrás enfermo de los nervios.

La lechuza, riéndose, le respondió: Es que me encanta ver la cara de miedo que pones… –Y qué haces aquí? preguntó Cuquita. –Escucho lo que hablan. –Pero eso es muy feo: no se debe escuchar las conversaciones de los demás.

Es verdad, Cuquita, pero de alguna manera tenemos que enterarnos de lo que ocurre en este bosque. De vuelta al árbol tropezaron con un conejito, que, asustado, suplicó: Señora Lechuza, no me coma, por favor. Haré todo lo que me pida.

Cuquita y Arturo se miraron extrañados: nunca habían visto a nadie suplicando. –¿Y qué te hace creer que te voy a comer, conejito?, preguntó Cuquita. –Pues, pues… respondió el conejillo. Porque sales a cazar de noche para comer. –Sí, respondió la lechuza, pero hoy ya he cenado. –Entonces, no me comerás?, preguntó sollozando el conejito. –Claro que no!, dijo Cuquita. –Pues entonces pídeme lo que quieras, pero de verdad lo que quieras.

El fantasmita y la lechuza cuchichearon entre ellos. Y la lechuza dijo: lo que quiero es que nos digas qué pasa en este bosque.

-Pe pe pe pero no lo puedo contar: es un secreto. –Pues… es lo único que te pedimos, respondieron.

El conejito estaba muy nervioso, se rascaba los bigotes y tamborileaba en el suelo con su pata izquierda.

Después de mucho pensar, dijo: bueno, lo contaré si me prometéis que será un secreto y no lo contaréis a nadie. –Lo prometemos, dijeron Cuquita y Arturo, ¡palabra de amigos!

-De acuerdo, palabra de amigos, dijo el conejito. Y recordad que si lo contáis nos echarán del bosque a los tres.
Como sabréis, el 24 de diciembre Papá Noel reparte juguetes a los niños y niñas del mundo. En este bosque ayudamos a Papá Noel señalando bien los caminos y limpiándolos para que los renos puedan ir muy rápidos y no tropiecen con ningún obstáculo. Señalamos en el bosque y en los pueblos cercanos las casas donde hay niños y niñas para que Papá Noel trabaje más rápido. Preparamos comida y agua para que los renos puedan comer,beber y descansar un poco.

Esa noche, cientos de luciérnagas señalan los caminos. Las aves nocturnas como tú, lechuza esperan a Papá Noel y lo acompañan. Todos ayudamos para que su reparto sea más fácil y pueda enseguida continuar hacia otro lugar.
El fantasmita preguntó: ¿Y por qué os tomáis tanto trabajo si es un secreto y nadie lo sabe?
-Pues porque a los animales, dijo el conejito, nos gustan mucho los niños y las niñas y nos encanta que sean felices.
Algunas veces Papá Noel va tan rápido que se le cae algún paquete. Entonces nosotros lo guardamos y cuando algún animalillo nos cuenta que en algún sitio hay un niño sin juguetes, nosotros se lo ponemos en su puerta. Cuando lo recogen, nos encanta ver la alegría que tienen al abrirlo: a veces nos ponemos tan contentos que nos abrazamos todos llorando de alegría.
El fantasmita dijo: ¡pues sí que os gustan los niños!
Oye, conejito, preguntó Cuquita: ¿y nosotros también podemos ayudar?, nos encantaría.
No sé, dijo el conejito. ¿Vosotros no sois del bosque, verdad?
No lo somos, pero nos gustaría quedarnos aquí para siempre, dijo Arturo.
Bueno, dijo el conejito: Yo os ayudaré. Os presentaré a todos los habitantes del bosque y no creo que tengáis problema para quedaros a vivir aquí y… Y a lo mejor, para el cinco de enero, que vienen los Reyes Magos, podréis ayudarnos.
-Pero ¿es que también ayudáis a los Reyes Magos?, preguntaron Cuquita y Arturo a la vez. –Claro! , dijo el conejito: ayudamos a todos los que puedan hacer felices a los niños y niñas.
-¡Qué guay!, gritaron Cuquita y Arturo.
Y los tres se pusieron, felices, a cantar una canción de navidad.
FIN
©Mª Teresa Carretero

El Enanito que quería Crecer

El Enanito que quería Crecer

Facundo era un enanito muy alegre y divertido. Siempre estaba de buen humor y no cesaba de cantar y bailar. Le gustaba mucho pasear por el bosque y coger flores y frutas. Cuando no podía alcanzar algo, silbaba fuerte y enseguida venía un pajarillo que avisaba a los animalitos para que le ayudaran.
Hola, Facundo, ¿dónde vas?, le dijo una conejita. Voy a ver si encuentro setas para comer.- Pues ten cuidado, que algunas son venenosas. -Creo que sé distinguirlas, pero gracias por tu consejo.
Ese día no encontró ninguna seta, pero aún le quedaban en su despensa unas zanahorias. Se encontró con su vecina la ardilla y le dijo: Señora Ardilla, me puede ayudar? -¿Qué te pasa, Facundo?, dijo ella -Pues que se me ha terminado la miel y necesito más: me la puedes coger de ese panal que hay en el árbol?
-Claro que sí, respondió la ardilla; hablaré con la abeja reina.

La vida en el bosque era tranquila, pero… Un día llegó al bosque un zorro rojo. Este zorro se reunía con los animales y les hablaba sobre la vida que había llevado en un bosque de la ciudad.
Todos quedaban maravillados de las cosas que contaba y poco a poco la vida en el bosque fue cambiando. Los animalillos dejaron de ayudarse unos a otros. Casi no se hablaban y el enanito dejó de cantar y estar feliz. Cuantas más cosas maravillosas contaba el zorro, más descontentos se ponían sus amigos del bosque.
Facundo comenzó a pensar que era muy desgraciado por no conocer la ciudad. Pero lo peor fue que un día se miró en el agua de un estanque y dijo: Qué feísimo que soy, qué cabezón tan grande tengo, qué piernas tan pequeñas, qué brazos tan cortos… No sirvo para nada; soy un feísimo enano. Desde entonces no salió a pasear; quería estar solo para que nadie lo viera.
Una noche buscaba comida, pues ya no salía de día. Se encontró con la conejita, que le dijo: Hola, Facundo ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Has estado fuera? – No; ¿dónde quieres que vaya este pobre enanito?, contestó.
-¿Qué dices? ¡este no es mi Facundo, me lo han cambiado!
-Es verdad, dijo Facundo; ya no soy feliz siendo un enano. -Pero, ¿qué dices, Facundo? No te reconozco.
-Me da igual, conejita: Ya no quiero ser enano; quiero crecer y haré todo lo que pueda para conseguirlo. Me han dicho que hay un mago que puede hacerme grande y voy a verlo.
-Te equivocas, Facundo: cada uno es como es, por algo.
-Pues yo, quiero crecer y hacerme grande, insistía él. -Bueno bueno, no discutamos, tú haz lo que quieras, Facundo. – Eso es lo que voy a hacer ahora mismo, dijo él .
La conejita se quedó pensando: ¿Cómo ha podido cambiar tanto Facundo? No lo reconozco… Y se dio cuenta de que no solo Facundo había cambiado: también eran diferentes los otros animalillos del bosque. Ahora estaban todos descontentos de cómo eran: todos querían ser de otra manera.

 

 

  Pasó el tiempo y la conejita se encontró con otro habitante del bosque. Era un muchacho alto que vagaba de un lugar a otro sin rumbo. Le dijo: Hola amigo, ¿Eres nuevo en el bosque? . -Qué va, contestó. Siempre he vivido aquí.
-¿Y cómo es posible que no te haya conocido hasta hoy? -Sí que me conoces, soy Facundo. -Pero, ¿Facundo, Facundo? Mi amigo el enanito?, dijo la conejita. -Sí, ese mismo.
–Fuiste al mago, ¿eh Facundo? -Ya ves que sí. Y he crecido muchísimo. -Estarás feliz. –No, estoy triste.
–¿Y por qué?, ya eres grande, Facundo, y eso es lo que querías.
-Llevas razón, conejita, pero ahora estoy triste y solo. Mira: ahora no me sirve mi ropa de enanito, ni mi cama, ni mi silla, ni mis platos ni mi casa, Y vivo a la intemperie. En verano paso calor y en invierno frío.

-Válgame, exclamó la conejita: Pues sí que tienes problemas.
-Y eso no es lo peor, -¿Pero hay algo más?, preguntó ella.
–Claro, mucho más: ahora estoy muy solo porque todos los animalitos dicen que no me conocen, que soy nuevo y que no me han visto nunca.
-Pues sí que tienes problemas, Facundo, cuánto lo siento.
– Imagínate: toda la vida queriendo crecer y ahora que he crecido soy muy infeliz. -¡Quiero ser un enanito como antes! -Por favor, conejita ayúdame a ser como antes.
-Bueno, tendré que hablar con el mago, dijo la conejita. Pero ya sabes que no le gusta deshacer sus magias: se enfada muchísimo.
-Por eso, te pido ayuda, conejita, para que el mago me vuelva como antes y sea un enanito feliz. Ahora soy grande pero soy muy desgraciado.
Pasó una semana y la conejita vio acercarse a un enanito que cantaba feliz por el camino.
Hola, conejita, soy yo Facundo. -Ya te veo: vuelves a ser como antes. -Sí, conejita, y estoy muy contento. Cada uno es como es: yo soy un enanito pero muy, muy feliz. Y se fue cantando por el camino. 

–Adiós, Facundo. -Adiós conejita: hasta mañana.

FIN     © Mª Teresa Carretero García

 

La Corderilla y la Cerdita

La Corderilla y la Cerdita

En una granja vivían una corderilla, una cerdita, una mariposa y muchos otros animales. Pronto la corderilla y la cerdita se hicieron amigas.

Les gustaba mucho cantar canciones y jugar al corro.

Por la noche, cuando todos dormían, con mucho cuidado se iban a un rincón de la cuadra, lo cubrían de paja, se acostaban y allí hablaban y hablaban hasta quedarse dormidas.

Una noche la corderilla Lula, que así se llamaba, dijo a Fani, la cerdita: El domingo no estarán los amos; ¿por qué no vamos ese día de excursión nosotras solas?  Podremos salir al prado, jugar, correr y revolcarnos por la hierba.

-Bueno, me parece guay pasearnos solas. La semana pasó y el domingo Lula y Fani salieron al prado sin que sus mamás se dieran cuenta. Corrieron y corrieron, saludaron a otros animales y se divirtieron mucho.

Estaban jugando cuando la mariposa Elisenda les dijo: ¿Qué hacéis solas por el prado? – Estamos jugando y pasándolo bien. –¿No sois pequeñas para salir sin vuestras mamás? –No, nosotras somos mayores, dijeron algo enfadadas. –Bueno, tened mucho cuidado y vigilad, que el lobo es muy astuto y os puede engañar.

Pronto la corderilla y la cerdita se olvidaron del lobo y volvieron a sus juegos y a corretear. Ellas no conocían al lobo, pues nunca lo habían visto.

Mientras jugaban encontraron un animal que gemía y lloraba: Uy, uy,uy qué dolor tan grande tengo en mi pata; creo que me la he roto, ay ay ay. La cerdita le preguntó: ¿quiere que se la mire?, yo se la arreglaré. –No, no: prefiero que la corderilla me ayude a levantarme. Lula y Fani  no entendían porqué este animal  miraba con los ojos entornados y de vez en cuando se relamía y eso les pareció extraño, pero ellas nunca habían visto a alguien como él y en la granja habían aprendido a ayudar a los animales si lo necesitaban.

La mariposa Elisenda vigilaba de lejos a la corderilla y la cerdita; vio que el lobo intentaba engañar a la corderilla. Rápidamente voló hasta la cuadra. Allí hablaban entre sí los animales y ella les alertó del peligro: Oíd, amigos: creo que el lobo quiere comerse a la corderilla. Todos se revolucionaron y comenzaron a gritar. ¿Y dónde están nuestras hijas? dijeron las mamás de Lula y Fani. En el prado, contestó Elisenda. Y corrieron todos hasta el prado.

El lobo con la boca abierta acercaba sus colmillos a la corderilla. Armaron tal estruendo los animales, que el lobo se asustó, y los animales dijeron a la corderilla y la cerdita: Corred, corred, que es el lobo que os quiere comer.

Las dos corrieron y corrieron hacia la granja mientras todos los animales perseguían al lobo y le gritaban: Si vuelves otra vez por estos prados o esta granja, te molemos a palos. Aléjate de nosotros; no queremos verte nunca más.

Lula y Fani prometieron que nunca más se alejarían de la granja sin el permiso de sus mamás y dieron las gracias a todos los animales por haberles ayudado a que no se las comiera el lobo. Nunca olvidaron la lección y siempre estuvieron muy agradecidas a la mariposa Elisenda que les ayudó a que no se las comiera el lobo.

FIN                                                                                                 ©Mª Teresa Carretero

Pajaricos en el Jardín

Pajaricos en el Jardín

Felipe era un niño que amaba los pajaricos.  Su casa tenía un bonito jardín con muchos árboles.

Cuando llegó el otoño, los árboles empezaron a desprenderse de las hojas que cubrían sus ramas.

A Felipe le gustaba ver cómo caían las hojas. Si hacía viento,  caían muy rápidas y a veces  en grupo; si no hacía viento, caían lentamente describiendo círculos y piruetas hasta que aterrizaban en el suelo.

Un día, Felipe preguntó a su papá: Oye, papi, ¿dónde irán ahora en invierno los pajaricos que viven en los árboles del jardín?

No sé, respondió el padre; los pajaricos son muy listos y saben dónde ir. Pero no te preocupes, volverán en primavera.

Ahora deben marcharse a otro lugar menos frío. Papá, dijo Felipe: pero yo quiero que se queden en mi jardín. -Sí, pero ellos tendrán que buscar otro lugar donde vivir y hacer sus nidos, dijo el papá.

Papá, insistió Felipe, pero esos pajaricos son amigos míos, me conocen y cuando me oyen hablar se acercan a mí. Yo quiero que se queden.

Bueno, ya buscaré una solución, dijo su papá.

Pasaron los días y el niño estaba muy preocupado pues los árboles habían perdido casi todas las hojas.

Felipe pensaba: ¿Cuál será la solución de mi papá?

Pocos días después, su papá le llamó: Felipe, ayúdame a traer unas bolsas del coche y las pondremos en el jardín.

Felipe no sabía que había en ellas pero ayudó sin preguntar nada.

Ábrelas a ver qué tienen, le dijo su padre. Al ir abriendo la primera, su cara se iluminó con una gran sonrisa y se puso muy alegre.

Su papá le sonrió y le dijo:¿Te gustan?

Felipe, muy emocionado, comenzó a tocar con sus manos las casitas de madera para pájaros que había hecho el carpintero.

¿Me ayudarás a ponerlas en todos los árboles para que tus amigos pasen el invierno con nosotros?

Siiii, dijo el niño. Y se abrazó a su papá mientras le decía: Papi, es el regalo más guay que jamás me han hecho. Muchas gracias; te quiero.Y continuó abrazado a su cuello.

FIN      © Mª T Carretero García

Preparando Halloween

Preparando Halloween

   ¡Reunión general!, gritó la bruja jefa. ¡Hay que ensayar! Solo falta una semana para el gran día. A ver: estáis todas y todos?
-No, respondió una pequeña araña; Picky está revolcándose en el barro y despeinándose el pelo; dice que en el último ensayo le reñiste porque iba muy limpia y repeinada. Es verdad, respondió la bruja jefa: para Halloween tenéis que estar sucias y sucios, feas y feos, pues si no, ¿cómo asustaremos a los niños y niñas? Están esperando ese día todo el año para sentir miedo, mucho, muchísimo miedo: tenemos que conseguir que eso ocurra.

¡A ver!, volvió a gritar: ¿dónde se han metido todos los gatos negros? ¿qué hacen?
Roly, una gatita a rayas, dijo: están asustándose unos a otros para tener los pelos de punta y parecer gatos malísimos. -Y tú, Roly, ¿qué haces aquí?
Pues yo, nada: ¿no ves que soy a rayas? ¿Cómo va a asustar un gato a rayas? La bruja jefa, tras pensar un poco, dijo: veamos, Roly: ve a la peluquería de las brujas, diles que te mando yo, que te tiñan las rayas para que brillen en la oscuridad: seguro que darás muchísimo miedo. Pero ¿siempre tendré el pelo para dar miedo? Preguntó Roly; a mí me gusta ser un gato a rayas.

-No, Roly, eso solo será para Halloween; después, cuando te laves, se te quitará. -¡Pe.. pe.. pero si yo no me lavo! Los gatos nos lamemos pero no nos lavamos. -¡Ay, Roly: haz lo que quieras!. Habla con las peluqueras y ellas te lo explicarán, yo ahora estoy muy ocupada. La bruja jefa siguió gritando, llamando a todos al ensayo general.

¡Pero dónde están las Calabazas! ¿Qué pasa con las Calabazas, dónde se han metido?
¡¡Rayos y centellas, lenguas de trapo, ojos de sapo, barba de pigmeo: Si no lo veo, no lo creo!!

Se oyó una voz que intentaba hacerse oír: No, no, no sigas con el conjuro. -¿Quién osa interrumpir mi conjuro? dijo la Bruja Jefa.

Todos callaron; entonces Pammy, la pequeña calabaza, salió del rincón en que estaba y dijo: Jefa Bruja, soy yo Pammy. -Ya te veo, pequeñaja, ¿qué quieres? ¿Acaso sabes dónde están tus compañeras?
-Sí Bruja Jefa, están en el río lavándose muy bien para estar brillantes y relucientes. Después van a pintarse los ojos y la boca de color negro para estar terroríficas y dar miedo.-Bien, ¿y tú? dijo la Jefa Bruja, mientras la señalaba con el dedo ¿por qué no estás con ellas?

Pammy se puso triste y habló bajito: porque no quieren que las acompañe. ¿Y eso?, dijo la bruja muy enfadada. -Pues, pues porque dicen que soy pequeñaja y nadie me verá. Pero eso no es problema: te pones con las calabazas grandes; problema resuelto. No, hay más, dijo Pammy. ¿Pero qué mas? cuéntalo. -Es que ayer se reunieron y dijeron que yo, que yo… (y echó a llorar) -Criatura, habla, dijo la jefa. -Que yo no sabía dar miedo y que lo hacía muy mal y no querían ir conmigo. Así que esa noche me quedaré en casa solita hasta que volváis.

La Bruja Jefa se enfadó muchísimo y dijo: pues si no vienes tú, ellas tampoco: ¡O vamos todos o no se hace Halloween!.

La pequeña calabaza se preocupó mucho y dijo: pero eso no es posible: los niños y niñas están esperando todo el año esa noche para pasar muchísimo miedo; no les podemos hacer eso.

No, respondió la jefa: ¡no es nuestra culpa!, son ellas las que con su actitud impiden el desfile. Bruja 1ª 2ª y 3ª: id al río y contadles a las calabazas que de ellas depende que este año desfilemos en Halloween; espero una respuesta rápida.
Pammy, la pequeña calabaza preguntó: ¿Seguro que haríais eso por mí? -Claro, respondió la Bruja Jefa. Somos un grupo y cada uno de nosotros es muy importante.

Y tú -gritó a una araña malísima- enseña a la pequeña calabaza a poner una cara horrible. -De acuerdo, dijo Pammy: luego ensayaré muchísimo en casa hasta que lo consiga. Muchas gracias, bruja buena.

-¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? ¿Qué he oído? ¡La brujas somos malas siempre!; bueno, casi siempre.

El desfile de Halloween fue impresionante, el mejor en muchos años. La pequeña calabaza desfiló rodeada de los gatos negros y dio mucho, muchísimo miedo a todos los niños y niñas.
FIN
©Mª Teresa Carretero García